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La hiperinflación
se produce por un gran número de factores: el déficit público provoca la
emisión de billetes, el aumento de los costes de producción y salarios,
disminuye el ahorro y aumenta la demanda real monetaria, lo que provoca un aumento
de los precios: disminuyen de los ingresos tributarios ya que se reduce el consumo y vuelta al déficit.
Por otro lado, el
déficit de la balanza de pagos disminuye el valor de la moneda con lo que
aumenta la demanda de productos nacionales y el precio de las importaciones
provoca hiperinflación. Esta depreciación de la moneda provoca a su vez la
exportación de capitales y por tanto se agrava el déficit de la balanza.
En
Alemania la memoria económica presenta ciertas lagunas y es sorprendentemente
selectiva. En la actualidad, casi todo el mundo recuerda la inflación de Weimar
a principios de la década de 1920. Bien es cierto, que los comienzos no fueron
nada fáciles. En sus primeros cinco años de existencia, la extrema derecha asesinó
a los dos líderes comunistas –Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht pero también al ministro de Relaciones
Exteriores. Sin embargo, apenas se recuerda la deflación y la austeridad
adoptada entre 1930 y 1932 (siguiendo las pautas del patrón oro) bajo el
mandato del canciller Brüning que permitió el éxito electoral de Adolf Hitler.
La hiperinflación de 1923
produjo "ganadores y
perdedores" entre las clases
medias alemanas. Aquellos que tenían hipotecas o deudas encontraron cierto alivio. Por el
contrario, aquellos que tenían dinero ahorrado lo perdieron en su totalidad.
Desde el punto de vista político, esto dividió el voto de las clases medias
alemanas en distintas opciones ideológicas.
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Tras el crack bursátil de Nueva York en 1929 las cosas fueron
distintas. Los bancos norteamericanos que estaban financiando la recuperación
alemana, decidieron repatriar sus fondos. Esto supuso salidas masivas de oro de
Alemania y otros países de Europa Central con destino EEUU y Francia. En este
sentido, Francia pasó de tener el 15% de las reservas de oro al 32% en 1932.
Las razones de la elevadísima deuda externa alemana estaban claras: las
indemnizaciones que impuso el Tratado de Versalles y los préstamos
estadounidenses para pagarlas. La retirada de fondos de los bancos alcanzó su
punto de máximo apogeo en 1931 con la quiebra del primer banco de Austria. Esta
quiebra conllevó un pánico bancario masivo caracterizado por la ausencia de
crédito y liquidez (incluso "corralito" en numerosos países).
En el gobierno alemán,
Brüning siguió apostando por políticas deflacionistas y eso que Alemania abandonó el patrón oro en
1931. Los precios cayeron en Alemania un 23% entre 1929 y 1933 y los salarios
cerca de un 30%, quedando el país al borde de la guerra civil.
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